“Ser conferencista, o hablar en público, es la principal causa de miedo en las personas. El miedo número dos es hacia la muerte. Esto significa que cuando una persona normal asiste a un funeral, podría sentirse mejor en el ataúd que dando los honores a quien falleció”.
Así reflexionaba Seinfeld sobre aquel estudio en donde se concluía que hablar en público es la causa número uno de nuestros miedos; la número dos, morirse. Así, ser conferencista, equivaldría a volver de la muerte, claro.
La primera vez que hablé en público de manera profesional, hace ya 24 años, fue ante un grupo de 40 empresarios dispuestos a invertir miles de dólares. Recuerdo que me puse de pie frente a ellos y por los siguientes 5 minutos mi mente y mi coherencia anduvieron bastante bien. De pronto, la situación se complicó: laguna mental, nube gris, sudor frío, tartamudeo, temblores, inconsistencias. El tablero de comandos indicaba “pánico escénico“.
La invitación a hablar en aquel seminario tenía lógica: yo conocía el negocio en detalle y con mi equipo surcábamos los cielos del éxito momentáneo. Pero claro, conocer el negocio y tener éxito no indica que uno pueda transmitirlo, enseñarlo y mucho menos motivar a la audiencia.
Durante los siguientes años me sometí a un proceso de aprendizaje y crecimiento intencional: me certifiqué con los mejores programas de oratoria y liderazgo ofrecidos por los entrenadores más destacados a nivel global; hablé en cuanta oportunidad se presentó y, por supuesto, practiqué, practiqué y practiqué como nunca lo había hecho antes.
Hoy, cuando hablo a un pequeño grupo o subo a un gran escenario, suele aparecer nuevamente la voz que me intimidó años atrás, pero ya no tiene argumentos, ya no tiene poder, porque con nueva autoridad la hago callar y pongo en manos de Dios la entrega de mi servicio.
Nuestro mayor temor y frustración puede convertirse en nuestra mayor fortaleza.
(Estas 5 claves podrían ayudarte a abrir la presentación; y estas 3, a cerrarla).
Sigamos conectados,